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Estilo pedagógico herreño

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 18 nov
  • 4 Min. de lectura
Estilo pedagógico herreño
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¿Nos molesta estar ahí, disponibles para el mundo, o somos capaces de ver lo bello de estos sucesos que muchas veces son imprevistos?


Cuando leo artículos o libros sobre Educación y crianza o simplemente veo algún vídeo con consejos estimulantes, me doy cuenta de que cualquier profesional de la pedagogía podría haberse inspirado en El Hierro para escribir sus teorías. También suelo fijarme en algunas familias que se han ido instalando en distintas zonas de la isla para vivir con más conciencia y ofrecer unos cuidados que ni en una gran ciudad con todas las prestaciones encontraríamos, o en aquellas que vienen a veranear y escuchan a sus hijos o hijas decir ¡No me quiero ir! ¿Por qué no vivimos en El Hierro? ¿Y si nos mudamos?

Y es que, con alguna que otra carencia, las bases del estilo pedagógico herreño son ideales y podrían aparecer en guías de expertos o en manuales de educación de calidad. Registrémoslo para que no nos quiten la patente.


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Perdonen si generalizo demasiado, pero de vez en cuando nos envuelve esa “sensación canaria” algo agridulce que podría resumirse en:


Sabemos que valemos, pero a veces tiene que llegar alguien externo para verlo con claridad y sacarle más partido

Ya lo revelaba uno de los padres de la Educación Emocional en Canarias, doctor por la ULL y profesor muy querido, Antonio Rodríguez Hernández en su libro Psicología del niño canario, publicado en 1994 y con una segunda edición en el año 2000. Nuestro autoconcepto tiende a ser bajo en comparación, por ejemplo, al peninsular. Históricamente tiene todo el sentido y aunque pueda parecer algo lejano, muchos de esos niños y niñas que él analizó somos nosotros mismos, algunos ya padres y madres, otros docentes o acompañantes educativos en cualquiera de las maneras. Por eso la intención de esta columna es que nos miremos con compasión de la buena, con una mezcla de ternura, vigor y confianza, para así curar un poco la herida. Lo haremos con ayuda de otras cualidades que también nos caracterizan: la alegría, el altruismo o la afectividad.


El mes pasado hablaba de crear esos espacios gentiles y pensados para la infancia y la juventud y hoy, además, me apoyo en el mensaje reciente de una compañera columnista, la psicóloga Iraya Hernández: Un hogar no es una casa grande con gente dentro. Yo lo traslado a la comunidad. ¡Ánimo! El E.P.H. parte de unas grandes ventajas:


  • La presencia. El mindfulness siempre ha existido en El Hierro y se llama vivir el presente, conscientes de la realidad, de lo pequeño y lo humano. De ponerle todos los sentidos: de ser capaces de escuchar un coche aparcando en nuestro patio y emocionarnos con la llegada inesperada de alguien, de distinguir lo que nos pondrá abuela para almorzar solo por los aromas que salen de la cocina, de reunirnos para admirar en silencio las puestas de sol… Apreciar el momento, valga la redundancia, en todo momento.

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El mindfulness siempre ha existido en El Hierro y se llama vivir el presente

  • La accesibilidad. Con ello no me refiero a barreras arquitectónicas que, por supuesto, son siempre mejorables. Voy a la idea de que tenemos transporte regular, más vehículos que nunca y unas distancias muy cómodas. Podemos llegar a los paisajes, a las personas, a esos encuentros deseados o fortuitos. En definitiva, relacionarnos con nuestro medio de forma auténtica. ¿Recuerdas hacer dedo? Era una forma de alcanzar un destino y conectar en una conversación al mismo tiempo, aunque ahora nos parezca extraño.


  • La seguridad. Algunos dirán que ya no es lo mismo. Pero lo cierto es que no hay sino que mirar un poquito hacia fuera para valorar lo que aquí tenemos. Entornos muy favorables, calles seguras, horarios flexibles… Todavía las farolas funcionan como calculadoras del tiempo y no sé si existirá un reloj más inteligente que ese.


  • La compañía y la crianza comunitaria. Si nos organizamos, nos criamos entre nuestra puerta y la puerta del vecino. Ocupamos los patios, las plazas y las calles para jugar. Aparecemos sin avisar en la casa de la amiguita porque nos podemos desplazar autónomamente hasta ella y mañana ella vendrá a merendar. Recordemos también la expresión ¡Este niño habla como un viejo! para poner en valor esas conversaciones y tareas compartidas. Las relaciones intergeneracionales, ese término tan de moda, ya existía aquí. Nunca hubo que inventarlo y es una suma a nuestra identidad.


  • La naturaleza. En este punto no tengo que explicar nada. Solo les animo a que elijan o recuerden un lugar para conversar, sentir y jugar. El juego y el contacto con el medio es vital y no entiende de edades.


Creo que en estos atributos están integrados los cuidados y que, a su vez, también se encuentra el que nos proporcionamos a nosotras mismas como personas. Que, en un diálogo, en un traslado, en alimentar o en observar surgen pequeñas satisfacciones y el efecto es muy positivo para quien entrega y para quien recibe. Solo hay que parar un poco y proponernos utilizar todo esto a nuestro favor. Lo que se aprende en la cuna siempre dura, dice Eline Snel, terapeuta holandesa que ha puesto en marcha numerosos métodos de meditación en familia.


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Por eso, concluyo pensando que no hace falta que alguien venga a “descubrirnos” de nuevo

No necesitamos que nadie saque a relucir nuestro talento en una revista o un reportaje. La cuestión es, más bien, hasta dónde llega nuestro compromiso: ¿Nos molesta estar ahí, disponibles para el mundo, o somos capaces de ver lo bello de estos sucesos que muchas veces son imprevistos? Apagar las pantallas, salir, relacionarnos, tardar más de lo pensado porque una conversación se alarga, admirar un lugar en el que siempre hemos estado, ser capaces de seguirnos sorprendiendo con lo cotidiano… Perdamos el miedo y la ansiedad hacia lo que ahora vemos como interrupciones o pérdidas de tiempo porque en ellas está la auténtica vida y en esto la infancia es la mejor maestra.

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