El miedo al gesto

Una vez más, una flotilla con ayuda humanitaria hacia Gaza ha sido interceptada en aguas internacionales por la marina israelí. Una vez más, voluntarios de diferentes países son detenidos, acusados de violar un bloqueo que lleva años convirtiendo a la Franja en una prisión a cielo abierto. Una vez más, la solidaridad es tratada como amenaza.

La Flotilla Global Sumud nació en junio de 2025 como una iniciativa ciudadana de carácter pacífico y sin armas. Su nombre, Sumud (ṣumūd), que en árabe significa “firmeza” o “perseverancia constante”, evoca el espíritu de resistencia del pueblo palestino. El proyecto tomó forma gracias a la unión de diversas organizaciones internacionales con un objetivo común: desafiar el bloqueo impuesto por Israel sobre Gaza y reclamar la apertura de un corredor humanitario estable.

En esta flotilla participaron 500 personas procedentes de 46 países, embarcadas en 52 naves, lo que la convierte en el mayor convoy marítimo civil con destino a la Franja. El viaje comenzó en agosto de 2025, con barcos que zarparon desde puertos de España, Italia, Túnez y Grecia.

“Lo que en realidad transportaban esos barcos eran alimentos, medicinas y, sobre todo, una idea: que es posible desobedecer la indiferencia.”

El discurso oficial de Israel habla de seguridad, de riesgos, de armas camufladas, pero lo que en realidad transportaban esos barcos eran alimentos, medicinas y, sobre todo, una idea: que es posible desobedecer la indiferencia. Y quizá eso es lo que resulta más peligroso. Porque el poder teme tanto a los gestos como a los hechos.

Sinceramente me cuesta entender qué le molesta a la gente de la flotilla, qué les incomoda, qué ganan odiando eso. ¿De verdad inquieta tanto que decenas de activistas desafíen al mar para llevar esperanza a quienes no tienen nada? ¿No es más incómodo mirar hacia otro lado cuando miles de personas mueren de hambre, sin acceso a medicinas, mientras el mundo calcula balances diplomáticos?.

La flotilla no cambiará el destino de Gaza con unas cuantas toneladas de ayuda, eso lo sabemos todos. Pero sí cambia algo más profundo: el relato. Nos recuerda que detrás de cada bloqueo hay vidas concretas, que tras cada ley de seguridad hay niños muriendo de hambre y hospitales bombardeados que intentan funcionar a oscuras. Probablemente, este era el desenlace que todos esperábamos y que sabíamos que iba a ocurrir. Habrá quien crea que no ha salido bien, pero es un éxito, han demostrado que Israel pisotea la ley, han desnudado la impunidad de Netanyahu.

Han detenido barcos en aguas internacionales y no hay legislación internacional que justifique lo que han hecho. No se puede asaltar a punta de fusil a unos barcos a 70 millas de la costa. Eso no es un control, es un secuestro. Israel no está en guerra con Palestina, Israel está cometiendo un genocidio, una masacre, un exterminio. En el 2010, Israel atacó la flotilla que iba de camino a Gaza y mató a 10 personas. Tengan claro que, si ahora no lo ha hecho, es porque el mundo tiene la mirada puesta en Palestina.

“La verdadera pregunta no es por qué se organiza una flotilla, sino por qué aceptamos que haya que organizarla.”

El hecho de que un grupo de ciudadanos tenga que arriesgar su libertad para llevar alimentos o medicamentos debería avergonzarnos mucho más que cualquier bloqueo levantado en nombre de la “seguridad”.

“Decir que Israel comete un genocidio no es apoyar a Hamás, es tener ojos, es ser humano, es denunciar lo que pasa en Gaza.”

Esta masacre tiene unos responsables, y tienen que pagar por ello. Detener una flotilla es silenciar por un instante la esperanza. Pero la esperanza y los gestos, cuando nacen de la justicia, la voluntad y el corazón nunca dejan de buscar puerto.