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Columna

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José Manuel Urbina se despide de El Hierro, la isla que le enseñó a ser sacerdote

  • Foto del escritor: Elisa González
    Elisa González
  • 26 ago
  • 5 Min. de lectura

Llegó hace siete años sin conocer la isla ni a su gente y encontró en El Hierro un hogar. José Manuel Urbina, arcipreste y párroco de La Frontera, se convirtió en un rostro cercano para el pueblo herreño y testigo de algunos de los capítulos más significativos de su historia reciente.


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La luz de la tarde se filtra tímidamente por las vidrieras de la Iglesia de La Candelaria y tiñe de tonos cálidos el altar. Aquí, el silencio es casi sagrado. Afuera, el campanario de Joapira deja caer su repique lento, como si acompañara un último adiós.


Sentado en la que ha sido su casa y su refugio, José Manuel Urbina Mérida, arcipreste de El Hierro y párroco de La Frontera durante los últimos siete años, respira hondo antes de hablar. “Me voy con el corazón lleno”, confiesa. Su voz tiene el temblor sereno de quien sabe que se marcha, pero también de quien siente que se queda en la memoria de toda una isla.


Aprender a ser cura en El Hierro


Cuando llegó en 2018, nunca imaginó que esta pequeña isla en mitad del Atlántico marcaría para siempre su vida y su vocación. “Yo llegué sin ser sacerdote, no sabía lo que era ser cura y menos ser cura en esta isla”, recuerda. “He tenido que aprenderlo todo, pero he tenido muy buenos maestros en la gente de este pueblo. He disfrutado muchísimo, he sido tremendamente feliz aquí y ha sido gracias al cuidado de la gente”.


Desde el primer día, lo recibió una comunidad dispuesta a entregarle lo mejor que tenía: frutas de sus huertos, tiempo, conversación y afecto.


“Para mí, aprender a ser cura aquí ha sido fácil, porque se me ha regalado todo. Yo solo he tenido que vivirlo y agradecerlo”

Comprendió además en muy poco tiempo la esencia de la isla, donde todo se sabe y nada pasa desapercibido: “A los pocos días, un vecino me preguntó: ‘Padre, ¿usted estuvo ayer en el Tamaduste?’… ¡y me dijo de memoria mi matrícula! En ese momento supe que esta isla era una ‘pequeña gran familia’”.


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Un regalo inesperado: La Bajada de La Virgen de Los Reyes


Uno de los acontecimientos más emocionantes que vivió durante su estancia en la isla fue sin duda, la Bajada de La Virgen de Los Reyes. La de 2025, la primera como arcipreste de El Hierro y presidente de la Fundación, fue para él una experiencia única, cargada de emoción y responsabilidad. “Los meses previos fueron muy intensos, pero la Bajada ha sido para mí un auténtico regalo. He disfrutado incluso más de lo que pensaba”.


Entre reuniones, cartas y preparativos, José Manuel destaca sobre todo la unidad del pueblo herreño: “Ha habido un gran consenso y sentido de concordia. Todo el mundo, desde las parroquias hasta las instituciones, los bailarines y las asociaciones, remó en la misma dirección y eso ha hecho que esta Bajada sea especial”.


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Guarda en la memoria instantes inolvidables: la noche previa en el Santuario, el calor sofocante de la madrugada, la llegada de los peregrinos, el paso corto detrás del corso de la Virgen.


“Ver esa devoción sincera, sencilla, me ha ayudado a comprender por qué llaman a la Virgen "Madre Amada"

Pero de todos los momentos vividos, uno le conmovió especialmente: “Durante el Novenario, un chico joven llegó con su abuela. Mientras se tomaban juntos una foto con la Virgen, él miró a su abuela y rompió a llorar de una manera distinta de lo que suele llorar la gente. Le dio un beso con un amor tan profundo que se me encogió el alma. Y fue en ese gesto que entendí lo que realmente siente el herreño cuando se pone ante la mirada de la Virgen”.


Acoger, cuidar y acompañar


La misión de José Manuel en El Hierro fue más allá de la parroquia. “Antes de ser cura, dudé si debía ser misionero. Ese interrogante se resolvió aquí, en El Hierro”, confiesa.


Su fe también se forjó en las noches más duras, tras las constantes llegadas de cayucos al puerto de La Restinga. Durante estos años, su implicación en la atención y cuidado a los migrantes, junto a los demás sacerdotes, Protección Civil y los voluntarios de la isla, ha dejado una huella imborrable en su vida. “Ver el dolor de los hermanos que llegaban en embarcaciones precarias me marcó profundamente. Hemos dado mucho, pero hemos recibido aún más”.


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Recuerda con nitidez la primera noche en el convento de Frontera, cuando lo llamaron para atender a una mujer cristiana que pedía ver a un sacerdote. Allí dentro pasó 48 horas sin dormir, curando heridas, improvisando protocolos médicos, buscando agua y mantas, ayudando como podía. “Fue durísimo. Aquella noche cuando llegué al templo, lloré ante el Sagrario, y lloré con enfado porque no entendía tanto dolor y tanta injusticia. Hasta que descubrí en la oración que Dios también era padre de esta gente, que no los iba a dejar solos ni los iba a abandonar”.


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José Manuel no olvida tampoco la respuesta del pueblo herreño ante esta realidad. “El herreño, para entregarse, es insuperable. Hubo gente que llevó mantas, abrió sus casas, ofreció horas de trabajo. Muchos pusieron su intimidad y su vida a disposición de los demás. Esa solidaridad merece ser recordada.

"Aquí pasaron muchas cosas buenas, aunque a veces se nos olvide”

La isla que le abrió el corazón


Si algo define su paso por El Hierro es la relación que ha construido con su gente. “He aprendido a ser sacerdote aquí, en el servicio, en la escucha. Los herreños me han abierto el corazón y me han permitido entrar donde es muy difícil entrar”. Sonríe al recordar a los no creyentes que se acercaban a la parroquia a conversar con él: “Muchos me decían: ‘yo nunca imaginé hablar con un cura’. Esos desahogos humanos, sinceros, son regalos que me llevo conmigo”.


Guarda con especial cariño sus años de profesor en el instituto: “Meterme en el corazón de la juventud de esta tierra ha sido otro gran regalo. Los chicos y sus familias me abrieron las puertas desde el primer día. He disfrutado muchísimo de esas clases, quizá más de lo que ellos piensan”.


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El final de una etapa, el inicio de otra


A punto de iniciar un nuevo camino, José Manuel Urbina se despide de El Hierro con un mensaje claro para el futuro de la isla: la necesidad de cuidar a los jóvenes, “les pedimos mucho y les damos poco”, reconoce. “Tenemos que acompañarlos más, ayudarles a conectar con sus raíces y con esta tierra que tanto tiene que ofrecer”.


También deja un deseo para la isla que lo acogió durante siete años:


“Sueño con que la isla sea un poquito más libre y un poquito más herreña. Que se despolitice la vida cotidiana, que sepamos amar lo que tenemos y cuidarlo juntos”

Después de siete años como párroco de La Frontera y arcipreste de la isla, José Manuel se despide con nostalgia, pero sin tristeza. Parte con la tranquilidad de quien siente que ha cumplido su misión y ha entregado lo mejor de sí. Ahora le toca empezar de cero en un nuevo destino, con la ilusión intacta y el corazón lleno de experiencias.


Y mientras se prepara para partir, reconoce que no solo se lleva recuerdos: se lleva conversaciones, abrazos sinceros, la fe compartida y el calor de un pueblo que lo acogió como a un hijo.


Puedes ver la entrevista completa aqui



Fotos: Fresh Canarias

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