Día de África

Indira Carballo.- Cada 25 de mayo se celebra el Día de África, una fecha que conmemora la fundación de la Organización para la Unidad Africana en 1963, hoy Unión Africana. Este día simboliza la lucha de los pueblos por su liberación, independencia, dignidad y autodeterminación tras siglos de colonización, esclavitud y explotación.

Sin embargo, para muchas personas en Europa, África sigue siendo una imagen borrosa, reducida a tópicos como la pobreza, los conflictos y la migración. Pese al pensamiento de muchos, África no es un país, es un continente, con una inmensa diversidad cultural, con riqueza natural y con potencial humano, que continúa siendo leído desde una mirada eurocentrista que lo sitúa como el "otro" problemático, el que necesita ayuda, el que huye o el que llega.

El Día de África debería servir no solo para celebrar la identidad y la resistencia de un continente, sino también para cuestionar nuestras propias responsabilidades

Hablar del Día de África en un contexto como el de Canarias, y en particular desde islas como El Hierro, implica también hablar de migraciones. Porque África no es solo un lugar de partida, sino también de vínculos, de historias compartidas, de sueños truncados por fronteras. Aquí, en nuestra isla, donde el mar ha sido camino y también tumba, la inmigración africana nos interpela de manera directa. Nos obliga a mirar más allá de los cayucos, las estadísticas y las cifras. Nos obliga a reconocer a personas que arriesgan su vida por una oportunidad que, muchas veces, en su tierra les ha sido negada.

La migración africana no es solo fruto de la pobreza o el hambre, es el resultado de siglos de colonización, de acuerdos comerciales desiguales, de saqueo de recursos, de guerras alimentadas por intereses ajenos. Europa, que hoy se alarma por la llegada de migrantes, es la misma que durante décadas ha explotado (y sigue explotando) el continente africano bajo nuevas formas de dominación.

El Día de África debería servir no solo para celebrar la identidad y la resistencia de un continente, sino también para cuestionar nuestras propias responsabilidades. ¿Qué papel jugamos en las causas que empujan a tantas personas a emprender rutas tan peligrosas? ¿Qué lugar estamos dispuestos a ofrecerles cuando llegan? En ocasiones, nacer en el lugar equivocado te obliga a huir y a luchar por sobrevivir y muchos de nosotros tuvimos la gran suerte de nacer en unas islas dirigidas por Europa a poco más de 90 km de África.

¿Por qué llamamos problema a la llegada de personas que huyen de contextos que hemos contribuido a crear?

No hablamos de las minas explotadas, de los gobiernos corruptos apoyados por Europa, de los acuerdos que benefician a unos pocos y condenan a muchos. No hablamos de cómo Occidente construye muros invisibles que pesan más que cualquier frontera física. África es un continente al que se le ha arrebatado escribir su propia historia.

En lugar de levantar muros, deberíamos construir puentes. Apostar por políticas migratorias más humanas, por una cooperación real que no sea asistencialista, sino horizontal. Reconocer que las personas migrantes no son una amenaza, sino parte de nuestras sociedades. Y, sobre todo, entender que no hay futuro posible sin justicia global, sin equidad y sin memoria.

África no está lejos, África está aquí. Está en nuestras calles, en nuestras escuelas, en nuestras costas y en nuestras casas. Y nos recuerda, cada día, que otro mundo no solo es necesario, sino urgente. Mientras sigamos reduciendo África a una sombra, seguiremos fallando como humanidad.

Por Indira Carballo