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Incendios forestales, más allá de las llamas

  • Foto del escritor: José Morales
    José Morales
  • hace 1 día
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 2 horas

Incendios forestales, más allá de las llamas
Incendios forestales, más allá de las llamas

El pasado sábado 23, el humo en la zona cercana a la montaña Masilba puso a todos los herreños con el corazón en un puño. Afortunadamente, gracias a la rápida y eficaz intervención de los profesionales y al trabajo de prevención realizado con anterioridad, no llegamos a una catástrofe.


Un incendio no termina cuando se apaga la última llama. Sus efectos se extienden y nos afectan mucho más de lo que a veces creemos

Los incendios forestales son, sin duda, una imagen sobrecogedora. Se trata de fenómenos naturales y sociales de enorme complejidad, capaces de transformar un territorio en cuestión de horas. Cuando un incendio arrasa un monte, la primera imagen que nos viene a la mente son las llamas devorando árboles, sin embargo, las consecuencias son mucho más profundas de lo que podemos imaginar en un primer instante.


Desde el minuto cero, se pierde biodiversidad. Los animales que no logran huir mueren por el calor o la falta de oxígeno, los hábitats se fragmentan y muchas especies quedan sin refugio ni alimento. La pérdida de este capital natural puede tardar décadas en recuperarse, desequilibrando el complejo sistema de vida de un ecosistema. El suelo, base de toda vida terrestre, también sufre gravemente. La combustión elimina la cubierta vegetal y destruye la materia orgánica que lo enriquece, provocando un fenómeno conocido como hidrofobicidad del suelo, pues las partículas quedan recubiertas de compuestos que repelen el agua y dificultan su infiltración. Como consecuencia, las lluvias posteriores arrastran la capa fértil, aceleran la erosión, favorecen la desertificación y aumentan el riesgo de riadas o crecidas de barrancos, como ocurrió en la década de 1940 en El Golfo tras el gran incendio del monte de La Cumbre. Además, las cenizas liberadas pueden contaminar barrancos, acuíferos y, en algunos territorios, allá donde los haya, también ríos, alterando el ciclo hidrológico local.


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A nivel atmosférico, los incendios forestales liberan millones de toneladas de CO₂ y otros gases, lo que provoca una drástica disminución de la calidad del aire. A ello se suma la emisión de partículas finas capaces de generar problemas respiratorios que pueden sentirse a cientos de kilómetros del foco. El impacto social es igualmente severo: en zonas habitadas, los incendios obligan a evacuar poblaciones, interrumpen carreteras, suspenden servicios básicos y, en muchos casos, destruyen viviendas, explotaciones agrícolas, infraestructuras y patrimonio natural, afectando de manera directa al desarrollo económico y social de cualquier comunidad. Todo ello deja a las poblaciones en una situación de gran vulnerabilidad, con el añadido de las secuelas emocionales que generan el miedo, la ansiedad o incluso el estrés postraumático tras vivir un desastre natural en tu propio hogar.


Extinguir un incendio requiere un despliegue de medios que fácilmente puede superar el millón de euros

En el plano económico, que igual es lo que más le importa a algunos, la factura tampoco es menor. Extinguir un incendio requiere un despliegue de medios que fácilmente puede superar el millón de euros. A esto se suma la pérdida de inversiones previas en proyectos de reforestación: años de esfuerzo, trabajo, dinero y recursos que se reducen a cenizas en pocas horas, obligando a empezar de nuevo. En definitiva, un incendio no termina cuando se apaga la última llama. Sus efectos se extienden y nos afectan mucho más de lo que a veces creemos. No “queda en el monte y ya está”, impacta en el suelo, el agua, el aire, la salud pública y la economía. Conviene recordar que, según fuentes oficiales, más del 95 % de los incendios forestales en España tienen origen humano, ya sea por negligencia, descuido o intencionalidad.


Prender fuego al monte, además de ser un delito, es un acto de egoísmo que destruye vida, hipoteca el futuro de la isla y hiere la tierra que también es su hogar

En cuanto a la negligencia y el descuido, debemos ser conscientes de que una simple colilla mal apagada, o simplemente encendida en el lugar equivocado, puede convertirse en el inicio de una catástrofe que tarde décadas en repararse. Y para quienes deciden iniciar un incendio de manera intencionada, conviene recordarles que no solo están destruyendo un bosque, sino que también traicionan la memoria de sus antepasados que lo cuidaron y condenan a sus familiares, amigos y vecinos a sufrir las consecuencias de su capricho.


A estos últimos habría que recordarles que prender fuego al monte, además de ser un delito, es un acto de egoísmo que destruye vida, hipoteca el futuro de la isla y hiere la tierra que también es su hogar.

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